miércoles, 13 de febrero de 2008

Segovia y Jose María

El sábado, después de muchos intentos fallidos, decidimos pasar el día en Segovia. Sorprendentemente y a pesar de estar a tan sólo noventa y dos kilómetros de Madrid sólo la he visitado una vez y cuando era muy muy pequeña. Por eso tenía imágenes difuminadas y confusas en mi mente.

Fuimos Iker, Ana, su novio Pedro, Iker junior y yo. La excusa que buscamos para hacer la “escapadita” fue celebrar por adelantado y en grupo el día de San Valentín. Y claro, basta ser que te propongas tener un día romántico para que resulte más bien todo lo contrario. Jajaja. Ana y Pedro discutieron, Iker y yo discutimos y hasta con mi hijo me enfadé porque siempre come fenomenal y justo para un día que salimos a comer el niño sella sus labios y no hay manera de meter la cuchara... Sí, así son los niños... Afortunadamente la sangre no llegó al río en ninguno de los casos y acabó reinando la paz y el sentido del humor.

Dimos paseos por la ciudad, hacía un día envidiable, soleado y con fresquito, sin ser para nada frío. Una temperatura fenomenal para patearte una ciudad como Segovia, con sus cuestas arriba y abajo. Había reservado mesa para comer a las dos menos cuarto o sea, que preferimos quedarnos por los alrededores y dejar los paseos largos para después de comer.

El restaurante en cuestión fue Jose María. Leí en internet que el maître trabajaba en el famoso Mesón de Cándido. Montó negocio por su cuenta y, por lo visto, ahora le va mejor que a su maestro. Yo me decanté por este restaurante y no por Mesón de Cándido por una estupidez, sí. Llamadme pija, pero me decidí a reservar aquí porque leí que el Rey Don Juan Carlos, estuvo comiendo allí en su última visita a Segovia, dando plantón a Cándido en el que llevaba haciéndolo durante años. Y me dije... vamos a ver qué tiene de especial este sitio. De especial lo tiene todo. Desde la decoración en madera como buen mesón típico castellano hasta sus exquisitos platos, pasando por la amabilísima plantilla de camareros y por el maître, que nos sacó por la puerta de atrás para no hacernos pasar por la marabunta de personas que había haciendo cola para pillar mesa. Como íbamos con carrito... Si tengo que poner algún pero, pues diré que lo encontré un pelín bullicioso. Pero bueno, esto también lo hacía familiar y cercano. Odio estos restaurantes en los que tienes que hablar en susurros por miedo a que te escuchen los de la mesa de al lado. Está todo tan silencioso que me siento observada.

Éste fue el menú. De entrantes pedimos: revuelto de temporada con boletus, setas de otoño y ajetes tiernos, morcilla casera segoviana solo frita y ensalada sencilla del tiempo con lechuga, tomate Raff (exquisito, el tomate) y cebolletas. Como no, seguimos con el Cochinillo de crianza propia. Riquísimo, crujiente por fuera y meloso por dentro, una delicia. De postre Ana, Pedro y yo pedimos sorbete de limón con Espumoso de Castilla e Iker, Tarta de chocolate con dos texturas y pulpa de naranja, muy rica también. Dos botellas de vino y cafés. En total 171 euros. Barato, verdad? Pues nada... en vuestra próxima visita a Segovia no os lo podéis perder.

martes, 12 de febrero de 2008

Un par de números más, por favor (Continuación)

Dejé mi relato en el momento en que llegué a mi trabajo y me quité los zapatos. Qué alivio, qué placer... durante el tiempo que estuve en la oficina descalza ni me acordé del calvario que había pasado apenas hacía 2 horas.

Llegó el momento de marcharse a casa y claro, como me saqué los zapatos, mis pies oprimidos se ensancharon e hincharon de tal manera que era imposible que volvieran a entrar en esos zapatos que ahora me parecían diminutos. ¡Horror! ¿qué hago?? ¡No puedo irme descalza! ¡No hay ninguna zapatería cerca de mi trabajo! ¿Qué puedo hacer? Pues lo único que podía hacer. Los bajé el contrafuerte y me puse los zapatitos estilo chancla...

No os creáis que así iba maravillosamente, que va, iba igual de mal con el agravante de que, como no podía meter bien los dedos debido a la hinchazón, se me salían cada dos por tres. O sea... un cuadro que para qué. Coincidí con otra compañera a la salida y me acompañó hasta la parada del bus. Otro rato de felicidad. Volví a descalzarme y fui feliz durante veinte minutos hasta que llegué a mi destino y tuve que ponerme otra vez ese par de trozos de cuero que me estaban amargando la vida.

Afortunadamente nada más entrar en la estación de Atocha hay una tienda de ropa, complementos y ZAPATOS!!! me tiré como una loca al stand donde estaban expuestos y ni siquiera me fijé en el modelo. Sólo quería dos números más! Así que cogí unas manoletinas de estas tipo playera con la punta y la suela de goma. Cogí un 41 que casi se me salía pero... ayyyy qué gloria... me los llevé puestos, por supuesto! salía de la tienda con una sonrisa de oreja a oreja y con ganas de correr y saltar... jajaja.

Los zapatos asesinos están en la horma, estirándose un poquito e intentando ser más buenos con su dueña... que no se merece esta tortura gratuita.